En el quincuagésimo segundo aniversario del ‘Trenazo de Saltillo’, testigos, sobrevivientes y escritores dialogaron este sábado en la sala Alfonso Vázquez Sotelo de la librería Carlos Monsiváis.

Antonio de la Cruz Rodriguez, periodista, testigo y rescatista voluntario del accidente ocurrido en 1972, encabezó el evento narrando detalles del accidente de la locomotora que se descarriló al sur de Saltillo.

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A él le acompañaron la periodista Ana Patricia García, el historiador Carlos Recio Dávila y el contador público Jesús Ramirez, quienes aportaron comentarios desde su perspectiva.

De la Cruz Rodríguez narró distintos momentos del accidente que, asegura, le siguen marcando hasta hoy en día, principalmente los que tienen que ver con el rescate de personas.

Estaba Mauro conmigo, luego se unió ‘la Muela’ Villaseñor y el ‘Oso’ Roberto. Estábamos tomando unas riquísimas cubas, que eso fue lo que me ayudó mucho, porque yo me desmayé cinco veces por el olor humano a la carne y los cuerpos desmembrados. Para mí eso fue una hecatombe. Esto no fue un accidente común y corriente, como lo hizo saber el corrupto ratero de Víctor Manuel Villaseñor, que fue gerente de los Ferrocarriles Nacionales de México”, narró el periodista.

Antonio era entonces un joven de solo 19 años y desde entonces y hasta la fecha vivía en el Centro Histórico. La tragedia fue tal que medios nacionales e internacionales acudieron a Saltillo a cubrir el evento.

Sobre ese evento, narró: “Yo me acuerdo muy bien de la niña que murió en mis brazos. Yo lloré por la rabia, por la impotencia, por la frustración de no poder hacer nada por ella. Sonreía conmigo, estaba agonizando y sentí el estertor, sentí el jalón de que se me murió en mis brazos.

“Yo ya no pude aguantar, me llenó de sangre, y llorando le di un beso, la persigné. Y luego, cuál sería mi sorpresa, el primer desmayo que sufrí, cuando me jala el pantalón. Esa niña antes de morir me jaló el pantalón. Son 52 años que no me deja en paz esta niña.

“Fue una noche oscura, en tinieblas, 22 coches telescopiados, la gente degollada, brazos, cabezas, pies, extremidades, cómo pesaban los cadáveres. 35 kilos en promedio para completar un cuerpo humano. Los echaban como los pollos en una bolsa”, narró De la Cruz.

A partir del accidente, Antonio detalló que despertaba en las noches gritando de horror, por lo que su familia le barría con pirul o con huevo para quitarle las malas vibras.

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